martes, 12 de junio de 2012

Agonía del resaltador al pie de la cama


Entonces te veo al pie de la cama, en la orilla lejana de sábanas tristes que hoy no abrazarán mi sueño ya perdido ni yo a ellas, de sábanas que tantas veces acariciaron tu pelo cobrizo engomado y rozaron tu piel con la mía, carne con carne, tinta con tinta. Ahí yaces, tendido y agonizando, a pocos metros... que digo centímetros... que digo medidas de 1.5 y miopías hereditarias que ven y no ven al mismo tiempo... que son tan solo respiros de una alma asmática en el invierno infernal de ventanas abiertas los que hoy me separan de ti. Echado... cegado por la luz mortífera de esta habitación mientras gimes gritos de dolor y cada arcada parece arrastrar un pedacito de ti. Y tú solo atinas a expulsar, una y otras vez, esos borbotones de sangre colorida (azul roja morada amarilla) que cuando niño tanto te gustaron, que tantas veces te hicieron brillar en la inmensidad de ese vacío de mentes rayadas y vidas cuadriculadas que fue tanto tuyo como mío.

Y entonces me miras asustado, con esos ojillos tiernos y tristes como quien pregunta ¿Y ahora que sigue? Tus pupilas hundidas palpitan tras tantas noches de viligia, nubes de café y polvo, noches donde soñábamos con ser dueños de la palabra. Yo solo te pido que te tranquilices, que después del dolor no sentirás nada y todo será un espejismo. Pero no puedo evitar este vértigo lento y eterno que escala mi garganta de pies a cabeza. ¡Cuanto has crecido! ¡Cuanto he crecido! Como olvidar el día en que te vi por vez primera, tú no me conocías pero me esperabas desde siempre. Estabas sentado tras una ventana empañada de murmureos y recortes de periódicos. La noche era clara como tus manos, como pocas cosas en la vida y mientras corría el frío, mi cuerpo temblaba huyendo de él cual espectro taciturno que camina bajo la taquicardia de luces fluorescentes, menuda orquesta que se alza en el firmamento. Estabas acurrucado, con la cresta colgando firme como siempre, y nos dimos la mano, el pico, la pata, la leve sensación de tu piel en la mía.

No sabes, no entiendes, no calculas en cifras decimales de tres dígitos y sombrerito períodicopuro como me duele verte ahí, así, aquí... arrastrado, partido, secándote los mocos verdes en los rayos de un sol que arde a tres metros cada vez más fuerte, calentamiento global y bloqueadores (O bien liquid papers) de segunda mano. Cierro los ojos para no verte pero aún te siento... explotas en un gemido magistral y fino, el indicio de una lágrima, el esbozo de un llanto reprimido y rompes en un balbuceo de palabras extrañas, de sílabas afónicas y oraciones roncas, de memorias perdidas en un rincón de la mesa de noche...

 Regocijo de orquídeas asesinas que caminan en la abadía
              Lengua de signos sordo-platónicos en la España medieval 
                        Supuestos de democracia y una belleza del cuerpo que dicen solo existe en la piel 
                                      Tragedias griegas en la esquina de la cama sin directv

Las palabras se mezclan en un vómito extrañado y saltan, vuelan para aterrizar de nuevo en tu boca. Tantas lenguas que han pasado por la tuya, tantos orgasmos palabraceos fundidos en tu saliva como un niño que recién aprende a nadar en el mar del saber. Tú los coges a todos y en todos has dejado la huella de tu paso apresumbrado a veces recto, a veces ondas altisonantes que marchan sobre ruedas. En todos lados, en todo momento, en cada línea que recorre mis ojos desgastados por tanto mirar, ahí te veré pequeño resaltador amarillo sin tapa. Pequeño ente animado que un día anide entre mis dientes y consumí en la excitación de un alma desesperada....  pequeña alma mía que me conoce, que ha pasado por mis labios y pisado mis talones.

Un minuto de silencio por mi resaltador favorito, por aquel que me sacó de apuros y sonrojo a la blancura páginas que yacían muertas.

Un minuto de silencio por ese resaltador que volvió a casa, que no se quedó varado en el camino como tantos otros que hoy viven abandonados debajo de un mueble o el pie de una acera, que durmió bajo el arruyo de una misma cama.

Un minuto de silencio por aquel resaltador que puede ser tanto tuyo como mío, que te mira sin pedir explicaciones... un consuelo, una caricia, quizás una palabra de aliento para mantener esa llama viva que hoy me tocó extinguir. 

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