El
distrito de Cataratas sufre desde hace unos doce años las pésimas gestiones de un
alcalde que logra reelegirse todos los años gracias a sus acciones populistas.
El distrito da al mar y tiene las playas más concurridas de la ciudad. Gente de
todos lados va a bañarse en esas playas, y luego sube a la zona urbana para
comer el mejor ceviche de toda la ciudad. En ningún otro lugar lo preparan como
en Cataratas. Hay cerros, pantanos, playas; el distrito es demasiado grande. La
gente está de acuerdo en que debería ser dividido: esto, además, serviría para
sacar finalmente al alcalde de su puesto. Al lado de Cataratas está Abismo,
distrito que se llama así porque para ir a sus playas hay que bajar por un
barranco. En este distrito hay muchos bares y manifestaciones culturales, y es
el distrito en el que más droga se vende en toda la ciudad. Yendo más hacia el
norte están, al oeste, Ríos, y al este, El Ocaso. Ríos es el distrito más grande
de la ciudad, pero no es desigual como Cataratas. Es principalmente
residencial. El Ocaso tiene partes residenciales y una parte que es, para
decirlo de alguna manera, un Abismo de clase alta. La plaza central está
rodeada de restaurantes, discotecas, bares, tiendas. Es uno de los lugares más
concurridos de toda la ciudad. Al otro lado de la ciudad está el distrito de
San Marcos, notorio porque es donde queda la universidad más importante del
país: la universidad San Miguel. San Marcos está rodeado por el distrito de
Santa Isabel, residencial, y queda cerca al Centro de la ciudad. En la parte
este de la ciudad, pasando Ríos, está La Montaña, un distrito que queda en un
cerro y detrás de él.
En
El Ocaso, cerca la plaza, hay un bar que se llama La luz verde. Un sábado en la
noche estaba Julio Aguirre mirando un vaso de cerveza. Como siempre, había
perdido la cuenta de cuántos se iba tomando. Esta vez eran suficientes como
para no levantarse de ahí, por miedo a lo peor. En la mesa estaban Rodolfo
Cisneros y Marco Casanova conversando. Julio no los escuchaba, o los escuchaba
y no le interesaba. Afuera, un montón de gente fumaba cigarros y lanzaba.
-Y,
qué tal, Marco. Qué milagro que no estés lanzando.
-Pucha
broder, así es pues. Estoy pensando mucho en la next.- (Esta última palabra la
dijo con un claro tono de ironía que Rodolfo no comprendió).
-¿La
next?
-La
next, pues huevón.
Y
Rodolfo intentó apretarle el pezón a Marco. Julio decidió que con eso era
suficiente y se levantó de su asiento. Orinó en el baño y salió a llamar de un
teléfono público a Lidia. No le contestó. Volviendo de la esquina donde estaba
el teléfono al bar, un tipo de unos treinta y cinco años, claramente borracho,
lo encaró y le empezó a hablar.
-Gringuito,
gringuito.
Julio
no dijo nada. El tipo se le acercó y lo arrinconó contra una pared. Le toco la
pinga. Julio quiso sacárselo de encima a empujones, pero el tipo era más grande
y fuerte. Porque Julio intentó golpearle en la cara le respondió con una
cachetada, fuerte, que lo tumbó. Lo intentó agarrar de las piernas y
levantarlo, pero se detuvo ya que alguien lo cogió por detrás, le tapó la boca
y le puso un cuchillo en el cuello.
-¿Abusivo
eres, no? Dame, nomás, huevón.
El
tipo se sacó la billetera del bolsillo y se la dio. Julio sintió un líquido
caliente caerle en las piernas: el tipo se había orinado. Cuando el choro
terminó con él y el tipo salió corriendo recién se animó Julio a mirarlo. Era
más o menos de su edad, quizás un poco menor, de su tamaño. Era moreno y de pelo
negro. Resaltaban sus ojos verdes, que brillaban y atravesaban. Estaba bien
vestido. Julio no hubiera pensado que era un ladrón. Lo miró, y se metió la
mano al bolsillo buscando la billetera y el celular. El choro hizo un gesto.
-Guárdatelo
nomás.
Julio
lo siguió mirando, con curiosidad como de un perro que mira al dueño
balanceando comida sobre él. Se incorporó, sin saber qué hacer. El otro no
había guardado el cuchillo.
-No
deberías dejar que te hagan eso.- le dijo.
-Era
grandazo, el tío.
-Sea
como sea, tú te los tienes que mechar nomás. Lo peor que puedes hacer es
arrugarles.
-Si
tuviera un cuchillo no les arrugaría.
-El
cuchillo es lo de menos.
Estaba
claro que el otro no le iba a robar. Julio había tenido la intención desde hace
unos minutos, pero recién resolvió proponérsela cuando estuvo seguro de que no
había ningún riesgo. Le preguntó si quería una cerveza. Le dijo que sí, pero si
Julio la pagaba. Julio quiso decirle, pero no lo considero oportuno, que la
ponga él con la plata del tío. “De algo tendrá que vivir este huevón”, pensó.
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