martes, 1 de mayo de 2012

Capítulo 2

(De una novela en producción).


                El distrito de Cataratas sufre desde hace unos doce años las pésimas gestiones de un alcalde que logra reelegirse todos los años gracias a sus acciones populistas. El distrito da al mar y tiene las playas más concurridas de la ciudad. Gente de todos lados va a bañarse en esas playas, y luego sube a la zona urbana para comer el mejor ceviche de toda la ciudad. En ningún otro lugar lo preparan como en Cataratas. Hay cerros, pantanos, playas; el distrito es demasiado grande. La gente está de acuerdo en que debería ser dividido: esto, además, serviría para sacar finalmente al alcalde de su puesto. Al lado de Cataratas está Abismo, distrito que se llama así porque para ir a sus playas hay que bajar por un barranco. En este distrito hay muchos bares y manifestaciones culturales, y es el distrito en el que más droga se vende en toda la ciudad. Yendo más hacia el norte están, al oeste, Ríos, y al este, El Ocaso. Ríos es el distrito más grande de la ciudad, pero no es desigual como Cataratas. Es principalmente residencial. El Ocaso tiene partes residenciales y una parte que es, para decirlo de alguna manera, un Abismo de clase alta. La plaza central está rodeada de restaurantes, discotecas, bares, tiendas. Es uno de los lugares más concurridos de toda la ciudad. Al otro lado de la ciudad está el distrito de San Marcos, notorio porque es donde queda la universidad más importante del país: la universidad San Miguel. San Marcos está rodeado por el distrito de Santa Isabel, residencial, y queda cerca al Centro de la ciudad. En la parte este de la ciudad, pasando Ríos, está La Montaña, un distrito que queda en un cerro y detrás de él.
                En El Ocaso, cerca la plaza, hay un bar que se llama La luz verde. Un sábado en la noche estaba Julio Aguirre mirando un vaso de cerveza. Como siempre, había perdido la cuenta de cuántos se iba tomando. Esta vez eran suficientes como para no levantarse de ahí, por miedo a lo peor. En la mesa estaban Rodolfo Cisneros y Marco Casanova conversando. Julio no los escuchaba, o los escuchaba y no le interesaba. Afuera, un montón de gente fumaba cigarros y lanzaba.
                -Y, qué tal, Marco. Qué milagro que no estés lanzando.
                -Pucha broder, así es pues. Estoy pensando mucho en la next.- (Esta última palabra la dijo con un claro tono de ironía que Rodolfo no comprendió).
                -¿La next?
                -La next, pues huevón.
                Y Rodolfo intentó apretarle el pezón a Marco. Julio decidió que con eso era suficiente y se levantó de su asiento. Orinó en el baño y salió a llamar de un teléfono público a Lidia. No le contestó. Volviendo de la esquina donde estaba el teléfono al bar, un tipo de unos treinta y cinco años, claramente borracho, lo encaró y le empezó a hablar.
                -Gringuito, gringuito.
                Julio no dijo nada. El tipo se le acercó y lo arrinconó contra una pared. Le toco la pinga. Julio quiso sacárselo de encima a empujones, pero el tipo era más grande y fuerte. Porque Julio intentó golpearle en la cara le respondió con una cachetada, fuerte, que lo tumbó. Lo intentó agarrar de las piernas y levantarlo, pero se detuvo ya que alguien lo cogió por detrás, le tapó la boca y le puso un cuchillo en el cuello.
                -¿Abusivo eres, no? Dame, nomás, huevón.  
                El tipo se sacó la billetera del bolsillo y se la dio. Julio sintió un líquido caliente caerle en las piernas: el tipo se había orinado. Cuando el choro terminó con él y el tipo salió corriendo recién se animó Julio a mirarlo. Era más o menos de su edad, quizás un poco menor, de su tamaño. Era moreno y de pelo negro. Resaltaban sus ojos verdes, que brillaban y atravesaban. Estaba bien vestido. Julio no hubiera pensado que era un ladrón. Lo miró, y se metió la mano al bolsillo buscando la billetera y el celular. El choro hizo un gesto.
                -Guárdatelo nomás.
                Julio lo siguió mirando, con curiosidad como de un perro que mira al dueño balanceando comida sobre él. Se incorporó, sin saber qué hacer. El otro no había guardado el cuchillo.
                -No deberías dejar que te hagan eso.- le dijo.
                -Era grandazo, el tío.
                -Sea como sea, tú te los tienes que mechar nomás. Lo peor que puedes hacer es arrugarles.
                -Si tuviera un cuchillo no les arrugaría.
                -El cuchillo es lo de menos.
                Estaba claro que el otro no le iba a robar. Julio había tenido la intención desde hace unos minutos, pero recién resolvió proponérsela cuando estuvo seguro de que no había ningún riesgo. Le preguntó si quería una cerveza. Le dijo que sí, pero si Julio la pagaba. Julio quiso decirle, pero no lo considero oportuno, que la ponga él con la plata del tío. “De algo tendrá que vivir este huevón”, pensó. 

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