viernes, 25 de mayo de 2012

Un paso en la madrugada



La madrugada baila sobre sus propios pasos y yo bailo en ellos. ¡Que hermoso el silencio que gime a estas horas! Me siento realmente privilegiada de poder disfrutarlo segundo a segundo antes que las avecillas que rondan en mi cabeza empiecen a despertar una tras una y dancen despacio desordenando todo a su paso. 

Que hermoso se ve ese panorama inmóvil, digno de un retrato, a tan pocos metros de mí. Esa ventana que divide la belleza de la mortalidad, como si el tiempo pudiera paralizarse tan solo un segundo para contemplar la belleza que renace y muere cada vez que respiro. Si la noche durara una eternidad, si las almas taciturnas desfiláramos sobre sus calles donde resuenan las voces del callejón perdido. Allá afuera la oscuridad brilla en su esplendor y que melancolía, que nostalgia de las noches serenas en las que caminábamos sin importar a donde llegar mientras el frío nos abrazaba como un hijo que busca a su madre. 

Contemplo esas líneas etéreas que recorren la vida, esos caminos asfaltados que nos llevan a todos y a ninguna parte al mismo tiempo. Desiertas, completamente desnudas yacen las serpientes débiles bajo mi ventana con sus lenguas de fuego adormecidas, tranquilas e inmóviles. Como me gustaría recorrerlas en este momento, tengo que admitir que me encantar tirarme en las pistas de noche y rodar como una niña que aún no aprende a caminar, luchar contracorriente para sentir el aire adverso, el sabor a la muerte invisible. Y esos semáforos, benditos semáforos que nos dan el pase a los transeúntes perdidos, mil veces rojos y amarillos y verdes en el cielo. Un punto para cada paso tintineante que se acerca al final de la avenida. Semáforos con taquicardia que respiran en las noches largas de soledad, única y maravillosa, sin que nadie les pise los talones, sin que nadie requinte por su lentitud o aclame la velocidad. Me gustaría saber cuantos semáforos hay en esta maldita ciudad, saltar de uno en uno, jugar a ser dios y observar esos cuerpos hepatitescos de formas y tamaños, de luces con explicaciones económicas neo-liberalistas que nos observan desde allá arriba (Tan pequeño tú y tan grande el resto) 

Me gusta este sonido extraño y sincero que se colma entre mis tímpanos, esta voz a muerto que me llena, un vacío sonoro que se cuelga en cada espacio y espasmo de mi alma de dedos a cabeza. Me gusta que los árboles lloren de noche una y otra vez y que las plantas se doblen en mil poses extrañas, kamasutra herbáceo que se regocija en la noche y un poema biológico hartamente estúpido y divertido. Y las ventanas cerradas me dan la espalda, me empañan de cortinas y cerrojos mientras el cielo escupe de cuando en cuando sobre mi nariz y las nubes se esconden avergonzadas para no verme la cara, para no ahogar mis gritos de una vez por todas. Yo solo bailo en la madrugada, en este instante eterno que quiero aprehender con las manos muertas y tenerlo para siempre como el crayón del niño que tararea en la pared. Do re mi fa soooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooool (no vuelvas, por favor). Doy vueltas y giro bajo la noche, la noche es mía y espero la sea para siempre. 

Nada parece tener vida y yo lo siento más viviente que nunca. Yo solo ruego al techo que no te vayas, que no te escapes de mi como todo en esta vida, que te quedes para siempre aunque nunca te llegue a ver, aunque todo esto pase adentro y no afuera y me aleje de ti tan solo unos centímetros, tan solo un pedazo de vidrio que marca la diferencia. Un pedazo de vidrio gris, una luna empañada, un adiós desde la ventana del micro, un vapor que tesgirversa la vida y no permite apreciarla. Yo solo quiero que te quedes para siempre, pues no puedo asegurarte un mañana. 

Y así mientras el ruido comienza de a pocos, mientras las flatulencias nocturnas te surcan de arriba abajo con sus tubos de escape y sus luces de negro neón, yo asimilo que aunque quizás te escapes, un segundo me basta para verte con estos sucios ojos y sentir que nunca te diré adiós. Estos párpados se apagan uno a uno, pétalo a pétalo caen abajo cual flor de novato enamorado y yo con ellos me sumerjo en un sueño irreconciliable. Allá a lo lejos, el último faro ha muerto. 

Querido amanecer camina despacio pues ha llegado tu hora, mañana será otro, mañana tantas cosas, tanta prensa amarilla.... 

Mi cuerpo se desconecta de nuevo, yo ya no sé como darle cuerda.... no sé como armarlo de nuevo para seguir su sentido.

El telón cae encima mío mientras para mucho recién empieza

Un paso en la madrugada, un paso en falso en la cama y un tutumeme que no tiene nada tuyo ni mío. 

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