sábado, 26 de mayo de 2012

Julián

Julián siempre se iba a los extremos, o caminaba mirando al piso, como caminan las personas que perdieron muchas batallas en la vida, o mirando al cielo, las estrellas, las nubes de la sierra, los aviones que pasaban cerca al aeropuerto o simplemente la infinita paleta de colores que ofrece el cielo peruano según la hora, la ubicación, la estación del año o simplemente el estado de ánimo. Siempre que miraba el cielo se sentía enamorado de ese espectáculo pero a la vez frustrado porque nadie a su alrededor apreciaba de la misma manera aquellos momentos gloriosos en los que el cielo se dejaba ver íntimamente. La verdad es que la gente en la ciudad no se da el tiempo para ver esos detalles, o es que Julián tiene esa noble capacidad de ver lo hermoso en cosas aparentemente insignificantes que tienen las personas que han viajado mucho.


Julián hablaba muy poco sobre sí mismo, pero no porque no quisiera hacerlo, sino porque las personas a las que podría contarle esos asuntos personales y los sueños que lo atormentaban todo el día hasta que se iba a dormir, se encontraban muy lejos, sea por cuestiones geográficas porque él mismo las había alejado, él siempre era así, por eso le costaba tanto hacer amigos en esa antigua ciudad sin mar. La ausencia de mar le daba cierta melancolía, la que le permitía permanecer vivo en esa ciudad extraña, junto a sus sueños, a sus conversaciones con sí mismo durante los días de lluvia y a la música que siempre lo acompañaba, para opacar todo el ruido de su mente, o llenar el vacío de su habitación.


Encendiendo un cigarrillo en las escaleras de la catedral se lamentaba a la vez que se maldecía por no poder dejar de fumar, pero es que el tabaco es el relleno perfecto para una vida con tantos vacíos como la de Julián. Estar en una ciudad donde no tenía ningún amigo no era nuevo para él, lo difícil era dejar las ciudades sin ningún recuerdo compartido con alguien más. Quizás por eso era que la esperaba.


Como todos los fines de semana, Julián iba a algún bar del centro de la ciudad a tomar un vodka con naranja o un mojito, según como se sintiera. En realidad, Julián odiaba los bares a los que iba, la música que ponían e incluso los tragos que bebía. Nunca llegaba a embriagarse, solo pedía un trago para que no lo echaran de la barra y, por si algún acompañante solitario aparecía (cosa que nunca pasaba), tener el alcohol como instrumento para idear una conversación que, a lo mucho, ocurría con alguna mesera, más por profesionalismo que por una verdadera simpatía.


Cuando no iba a los bares, caminaba por la ciudad, observando todo y a todos, mirando desafiante a los grupos de muchachos que seguro irían a una fiesta, con la remota esperanza de iniciar una pelea, o al menos una riña, o al menos cualquier forma de interacción con otras personas, por mas arcaica que esta fuera. Siempre andaba, aunque apurado, con la actitud de estar esperando algo o alguien; apenas se sentía incomodo en algún lugar, miraba la pantalla de su celular como si leyera algún mensaje importante y se iba. Cada vez que veía por la calle un auto igual al de ella, suspiraba, como con la ilusión de que fuera ella pasando por él, aunque luego se daba cuenta de lo ilógico de su razonamiento pues ella se encontraba a más de mil kilómetros de ahí.


Así, Julián se paso varios meses o años viajando, sintiéndose extraño y solitario en cada ciudad que vivía, haciendo amistades pasajeras con compañeros de viaje ocasionales, que según Julián eran unos hippies de mierda con los que solo tenía en común algunos gustos musicales y la pasión por fumar marihuana. A veces tenía amoríos muy cortos con mujeres que luego nunca contestaban sus llamadas, o con mujeres cuyas llamadas nunca contestaba.


Algunos dicen que dejó embarazada a la hija de un tipo rico en Marruecos y por sus amenazas se vio obligado a volver. Consiguió trabajo en una agencia gracias a la ayuda de un viejo amigo de la universidad y se compró una moto. Siempre lo veían manejándola temerariamente y sin casco, incluso dicen que una vez hizo chocar un par de autos. La soledad y la falta de compañía humana real lo habían vuelto más duro y callado de lo que ya era, sin embargo, seguía yendo a los bares todos fines de semana, a veces con viejos amigos con los que tenía las mismas charlas de política y filosofía que tenía en la universidad. Pero en verdad solo continuaba con esa costumbre que le hacía beber un par de mojitos sin emoción y hasta con un poco de asco por el simple hecho de esperarla. Un día le pareció verla, pues reconoció  un sombrero como los que ella usaba entre la muchedumbre en un bar de Miraflores. No tuvo el valor de acercarse a hablarle, ni siquiera de cerciorarse si era ella o alguien con sus mismas preferencias en sombreros.


Pasaron dos semanas de aquella aparición hasta que Julián decidió finalmente ir a buscarla. Se compró ropa nueva, el disco que oyeron esa última noche para dárselo como obsequio, incluso compró flores. Como no sabía que flores le gustaban decidió comprar tulipanes, -a todos les gustan los tulipanes- se decía. Ese día se levanto temprano y manejó su moto con cautela, para que el viento no arruine los tulipanes. Se quedó media hora mirando el edificio como mirando una fortaleza que en otro tiempo fue el lugar más cálido del mundo. Tomo valor y tocó el timbre, aún recordaba el número.
- ¿Quién es?, dijo una voz a través del comunicador
- Hola, soy Julián. dijo, algo impactado por lo extraña que le resultó esa voz.
- Y qué deseas, Julián. respondió amablemente la voz extraña.
- Vengo a buscar a Mariana, he estado de viaje mucho tiempo y vengo a verla.
- Debe de haber un error, aquí no vive ninguna Mariana, respondió la voz antes de cortar la comunicación.
Julián se quedó atónito, dudó durante algunos minutos hasta que decidió volver a tocar el timbre.
- Es usted otra vez, qué quiere, dijo la voz como si hubiera estado observándolo.
- Usted no entiende, respondió Julián empezando a alterarse, Mariana vive aquí y yo he venido a buscarla, yo sé que vive aquí.
- Está loco, aquí no vive ni ha vivido ninguna Mariana así que váyase.
- Yo sé que mariana vive aquí así que dígame dónde diablos está.
El comunicador quedó en silencio por unos segundos. Luego volvió a emitir sonido, era la voz de un hombre.
-Carajo, Julián, lárgate o llamo a la policía.


Dicen que aún lo ven manejando su moto temerariamente y sin casco entre los autos. Ya no lo dejan entrar a ninguno de los bares de la ciudad.

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